El nuevo gobierno ha privado de la ciudadanía a un millón de personas. Afirma que no tienen derecho a residir en una “nación estrictamente islámica”. Los representantes de las confesiones no musulmanas que no se vayan hasta el 8 de abril serán reprimidos y deportados a la fuerza. Según expertos, el éxodo masivo de los cristianos sudaneses llevará a una catástrofe humanitaria tanto en la recién formada República de Sudán del Sur como en los países vecinos.
La guerra civil terminó en Sudán el año pasado después de un largo período de sangrientos enfrentamientos. Las provincias del Sur obtuvieron independencia y con ella su tajada de los ingresos petroleros que era la principal causa de las batallas entre el Norte y el Sur. Aún antes de la escisión definitiva, el presidente del país, Hassan Omar al-Bashir, tenía planes de crear una nueva constitución “islámica”, basada en Sariá como ley principal, el Islam como religión oficial y el árabe como idioma oficial.
Esto no significa que la vida de los cristianos en Sudán antes fuera muy dulce. Aunque en papel, la constutución garantizaba la libertad de religión, en la práctica los no musulmanes se enfrentaban permanentemente a una fuerte discriminación y persecuciones. Aun antes de que el Sur y el Norte de Sudán se separasen definitivamente, cientos de miles de cristianos nubios tuvieron que abandonar sus hogares en los Montes Nuba donde se libraban cruentas batallas entre las partes.
El conflicto parece haber terminado, si se dejan al margen las paródicas escaramuzas fronterizas. Pero esto no facilita la situación de los cristianos. Jartum los ha puesto prácticamente fuera de la ley. El problema no se soluciona ni siquiera con la posible apertura de fronteras por parte de los países vecinos. Egipto en el norte, Libia en el noroeste, Chad, República Centroafricana y Etiopía, son incapaces de alimentar aunque sea parte del millón de refugiados sudaneses.
Cabe señalar que similares procesos ocurren hoy día también en otros países, no sólo en Sudán. Su naturaleza no es tanto religiosa, como política, asevera el representante de la Iglesia Rusa ante el Consejo de Europa, Filipp Riabij.
− Noticias alarmantes están llegando también de otros países de la tradición islámica, donde se hacen llamados a destruir las iglesias cristianas y a expulsar a los seguidores de Cristo. A mi modo de ver, el problema no está entre los cristianos y los musulmanes que durante siglos convivían en paz. El problema es que en un mundo globalizado el proceder de un pueblo se identifica con todos los representantes de la misma tradición religiosa echándoles igualmente la culpa.
En Sudán realmente hay todo un cúmulo de intereses políticos, como en cualquier otro país rico en petróleo. Casos como éste son muchos. Cómo se solucionan sus problemas en un “mundo globalizado”, se pude ver en los países de la “primavera árabe” y Libia, para no ir más lejos. Conflictos entre tribus, etnias y religiones son una de las herramientas más comunes de desestabilización. La catástrofe humanitaria, al borde de la cual se balancea Sudán, puede ser solucionada de distintas maneras. Por ejemplo, a través de un “cierre del espacio aéreo” del país, método que se ha comprobado ya en otras partes.
Al mismo tiempo, la comunidad mundial posee aún suficientes palancas como para mantener bajo control a Jartum en el norte y a Juba en el sur, sostiene el experto del Centro para el Estudio de los Países del Norte de África, Serguei Kostelianets.
− Esto ya no es un asunto interno de Sudán. Se ha dividido en dos países, por lo que nos enfrentamos, a estas alturas, a dos naciones distintas. Cabe recordar que la división de Sudán se produjo con el apoyo de la comunidad internacional. A no ser por las presiones de la comunidad internacional, es muy probable que la guerra hubiera continuado. Es decir, todavía quedan bastantes herramientas políticas, económicas y humanitarias para influir en esos países.
La Voz de Rusia