En Teherán, con una población que supera los ocho millones de personas, el número de compatriotas no rebasa el centenar. Ellos son en su mayoría descendientes de inmigrantes rusos, que tienen ciudadanía iraní, empleados del Consulado ruso y sus familias, trabajadores de representaciones comerciales y de diferentes organizaciones de Rusia, con acreditación permanente en el país.
La búsqueda de compatriotas empezó en la Iglesia de San Nicolás de Teherán. El pasado día 3, cuando un enviado de La Voz de Rusia estuvo en Teherán, la iglesia estaba completamente cerrada. Dicen que el templo está habitualmente abierto los domingos, pero con frecuencia los sacerdotes ofician en solitario, los compatriotas son cada vez menos. En el Consulado ruso también confirmaron que la ortodoxia y la comunidad rusófona de Irán están desapareciendo. Anexo a la Embajada de Rusia ya no se imparten cursos de ruso y tampoco ya existe el centro cultural. Y de todos los ciudadanos rusos, que en otros tiempos llegaron para radicarse en Teherán, se consiguió establecer comunicación telefónica sólo de Faina Noniyaz.
−Mi marido iraní vivió largo tiempo en Rusia como emigrado político. En 1994 decidió regresar a la patria y llegamos a Teherán. Me resultaba difícil adaptarme. También me era difícil acostumbrarme al clima y las costumbres locales. Pese a todo aprendí el idioma. Con los rusos contacto únicamente en la iglesia y principalmente durante las grandes fiestas como la Navidad. En la iglesia ese día se celebra un hermoso servicio y el coro femenino es muy bueno.
Para Faina la comunicación en la parroquia ortodoxa es prácticamente la única posibilidad de hablar en ruso. En Teherán no hay un club de rusos. En cuanto a la comunicación en la lengua natural los oriundos de Ucrania tuvieron un poco más de suerte. Las esposas ucranianas de los iraníes no se pusieron a esperar la creación de un centro cultural oficial anexo al consulado, y ellas mismas lo organizaron. Olga Sosnova llegó a Teherán procedente de Kíev dieciseis años atrás. En Ucrania conoció casualmente a su futuro marido iraní. “Me enamoré tan fuerte que sin pensarlo acepté casarme con él”, dice riéndose la mujer.
−No estoy arrepentida en absoluto de haberme casado con un iraní y me siento muy bien aquí. Claro que me resultó muy difícil adaptarme. La cultura y la mentalidad son diferentes. A pesar de que mi marido me preparó moralmente, de todos modos cuando llegué vi un país totalmente diferente al que me imaginaba. Lo que más me sorprendió fue que los lugareños son muy afables con los extranjeros, no depende de que sea hombre o mujer, ellos hacen el máximo de esfuerzos para que los extranjeros se lleven una buena impresión.
Por la ropa que usa y por la manera de comportarse Olga se diferencia un poco de las iraníes: el obligatorio pañuelo en la cabeza, la vestimenta cerrada, la chaqueta – todo lo que prescribe la ley iraquí con respecto al aspecto exterior de las representantes del bello sexo. Sin embargo, a Olga no le irrita en lo más mínimo la necesidad de observar las reglas del mundo musulmán. En el alma sigue siendo la niña nacida en la Unión Soviética, que vino de Ucrania y habla en perfecto ruso. Con las demás esposas de ciudadanos iraníes, que igual que ella vinieron desde todo el espacio postsoviético, Olga se conoce a través de una página web. A través de Internet acuerdan encontrarse y celebrar fiestas conjuntas. “Tratamos de celebrar todas las fiestas de nuestros países natales –dice Olga Sosnova:
−El Año Nuevo, el 8 de marzo, incluso celebramos el Día de la Victoria el 9 de mayo. Además celebramos obligatoriamente las principales fiestas ortodoxas. Esto en Irán lo toman con calma y nunca hemos tenido problemas cuando quisimos celebrar tal o cual fiesta. En Irán no obstaculizan las actividades de las demás confesiones. Dicho sea de paso, durante las festividades a la iglesia acuden no sólo ortodoxos, sino también musulmanes. Les interesa contemplar la ceremonia cristiana. Para ellos la iglesia, al igual que la mezquita es la casa de Dios y está abierta para todos.
A diferencia de su mamá, los hijos de Olga se consideran iraníes. No obstante, se sienten orgullosos de que su mamá es de Ucrania. En la escuela incluso se jactan de saber la lengua rusa, que obligatoriamente hablan en casa. Olga está convencida de que sus hijos, sea como sea, deben conocer la cultura y la lengua rusas. Claro que a veces resulta difícil explicarles por qué, por ejemplo, las mujeres en Ucrania y en Rusia andan con el pelo suelto y con ropa también suelta. “Mamá, no está bien”, considera el hijo de Olga que tiene cinco años. “Me río y simplemente cambio el tema de la conversación. –dice Olga sonriendo: −Cuando crezca lo entenderá”.
La Voz de Rusia